Con motivo del día del libro (23 de Abril) y tras 10 años de mi segunda publicación: El Maestro de la vida. Quiero compartir esta versión digital, que se podrá descargar totalmente gratis en archivo PDF, en el siguiente enlace de, Google Drive: https://drive.google.com/.../1h8cwfj3wEa5kd31kDuM.../view...
miércoles, 17 de abril de 2024
martes, 18 de abril de 2023
sábado, 31 de enero de 2015
El preso singular
A
través de un ventanuco enrejado, miraba al exterior, un hombre que
había sido encarcelado injustamente.
Todos
los días, el preso se asomaba para ver pasar al otro lado de las
rejas, los viandantes y seguidamente, se reía a carcajadas. El
carcelero, sorprendido de la actitud del recluso, un día le
preguntó:
—¿Por
qué te ríes de los que están libres?
Y
el preso contestó:
—Me
río de la mayoría de ellos, porque están presos del tiempo, del
trabajo o de sí mismos.
Moraleja:
La libertad está
en ser dueños de la propia vida
(Platón).
El viciado vicio
Perdido
el hombre, por casi todos los vicios que atormentan el alma, caía
una y otra vez en los mismos de forma irrefrenable.
Ante
la intención de avanzar en su estado autodestructivo, fue a
consultar con un sabio, al que preguntó:
―¿Cómo
puedo dejar las malas costumbres? Quiero abandonarlas, pero tienen
más poder que yo.
Y
el sabio le respondió con un ejemplo:
―Tu
tienes una sed continua, e intentas saciarla con sal. Deja de comer
sal y dejarás de estar sediento.
Moraleja:
quien un mal hábito
adquiere, esclavo
de él vive y muere.
¿Qué hacer con el ego?
El
anciano y venerable Maestro, acompañado por sus fieles discípulos,
dieron un paseo por el bosque, donde llevaban días de meditación y
retiro espiritual.
Era
la ocasión de ver varios ascetas, entregados cada uno a penitencias
muy severas. Uno de ellos, estaba colgado boca abajo de un árbol;
otro se tendía sobre espinos; y otro se alimentaba solo de hierbas.
Uno de los discípulos expuso:
—Maestro, nos has enseñado que el cuerpo es un templo del Divino y no debemos maltratarlo, sino cuidarlo. Estos ascetas, ¿obtienen méritos, o someten su ego?
Otro discípulo, interesado por el tema preguntó:
—Sí Maestro háblanos del ego, ¿quiere decir esto, que tenemos que matarlo?
Y
el Maestro, apaciblemente manifestó:
—Los peligros del ego son enormes: divide, enfrenta, es soberbio, posesivo, codicioso, rencoroso, odia y consume toda posibilidad de amor y felicidad.
—Los peligros del ego son enormes: divide, enfrenta, es soberbio, posesivo, codicioso, rencoroso, odia y consume toda posibilidad de amor y felicidad.
Nada
hermoso puede surgir de un ego envanecido, no se trata de matarlo,
sino de transformarlo y ponerlo al servicio de la “acción noble”.
Un
tercer discípulo replicó:
—Pero no entiendo, cómo puede haber ego y no a la vez..
El Maestro precisó a todos ellos:
—Con demasiado ego, nadie puede ser feliz, ni tener capacidad para hacer felices a los demás. Pues el ego se viste con la máscara del egoísmo, la vanidad, la soberbia, el orgullo, la avaricia, la ira, el odio... Es necesario vigilar el ego y debilitarlo.
—Pero no entiendo, cómo puede haber ego y no a la vez..
El Maestro precisó a todos ellos:
—Con demasiado ego, nadie puede ser feliz, ni tener capacidad para hacer felices a los demás. Pues el ego se viste con la máscara del egoísmo, la vanidad, la soberbia, el orgullo, la avaricia, la ira, el odio... Es necesario vigilar el ego y debilitarlo.
Y
para aclarar la cuestión, el Maestro decidió ponerles un ejemplo,
con un trozo de soga que prendió; dejando a los discípulos
perplejos, ya que no sabían que relación podía tener la soga
ardiendo, con el ego.
Totalmente
quemada la soga, el Maestro ordenó:
—Traedme
ahora la soga.
Cuando
los discípulos trataron de coger los restos de soga, ésta se
disolvió. Y el Maestro sentenció:
—Así hay que someter y reducir al ego, hay que dejarlo en el esqueleto; porque mientras viva en este cuerpo-mente, seguirá latiendo, aunque de forma muy tenue.
Los discípulos comprendieron y agradecieron las enseñanzas al mentor.
—Así hay que someter y reducir al ego, hay que dejarlo en el esqueleto; porque mientras viva en este cuerpo-mente, seguirá latiendo, aunque de forma muy tenue.
Los discípulos comprendieron y agradecieron las enseñanzas al mentor.
Moraleja:
quien se crea una estrella, que
mire al cielo de noche.
viernes, 30 de enero de 2015
Como un muerto
En
los ojos del venerable Maestro, se podía ver la serenidad de quien
nunca se había alterado por las alabanzas, ni por los vituperios
recibidos.
Y
para mostrárselo a su discípulo más avanzado, lo llamó y le dijo:
—Ve
al cementerio, y con todas tus fuerzas, vocifera todos los halagos
que sepas a los difuntos.
El
discípulo fue al cementerio, donde había una calma total, que se
vio interrumpida por los elogios que comenzó a gritar el pupilo.
De
regreso ante el Maestro, éste le preguntó:
—¿Qué
te respondieron los fallecidos?
—Nada.
—Contestó el discípulo.
Entonces,
el Maestro le ordenó:
—Pues
ve otra vez al cementerio, y grita todos los insultos que se te
ocurran a los enterrados.
El
discípulo volvió al cementerio, y pregonando toda clase de ofensas,
alteró otra vez, la paz de aquel lugar.
Y
de nuevo el Maestro, le preguntó:
—¿Qué
te contestaron en esta ocasión?
—Absolutamente
nada. —Respondió el discípulo.
Finalmente
el Maestro sentenció:
—Esa
debe ser tu actitud, como un muerto, frente a alabanzas y vituperios.
Moraleja:
de lisonjas y agravios, no hace caso el sabio.
La cámara secreta
Al
ser joven, apuesto, inteligente y bueno, Ayaz era el favorito del
rey. Este último gustaba de su compañía. Buscaba sus consejos y
tenía una confianza absoluta en él. Para sellar su amistad, colmó
a Ayaz de tantas mercedes que, gracias a dicha generosidad, éste se
encontró en posesión de una pequeña fortuna.
Evidentemente su posición no dejó de exacerbar el odio y los celos de los demás cortesanos, que no soñaban sino con su caída y trataban por todos los medios de desacreditarle delante del rey. Como Ayaz se encerraba todos los días en una pequeña cámara, donde se quedaba un buen rato, los cortesanos pensaron haber encontrado, por fin, la prueba de su doblez. Se imaginaron que guardaba allí el fruto de sus rapiñas. Se apresuraron a informar de sus sospechas al rey y le suplicaron que desenmascarara al traidor, visitando la cámara misteriosa.
Evidentemente su posición no dejó de exacerbar el odio y los celos de los demás cortesanos, que no soñaban sino con su caída y trataban por todos los medios de desacreditarle delante del rey. Como Ayaz se encerraba todos los días en una pequeña cámara, donde se quedaba un buen rato, los cortesanos pensaron haber encontrado, por fin, la prueba de su doblez. Se imaginaron que guardaba allí el fruto de sus rapiñas. Se apresuraron a informar de sus sospechas al rey y le suplicaron que desenmascarara al traidor, visitando la cámara misteriosa.
Movido
por esta camarilla llena de odio y convencido de la fidelidad de su
favorito, el rey aceptó su petición a fin de acallar aquellas malas
lenguas. Ordenó que se echara abajo la puerta de la cámara, y
seguido de sus cortesanos, penetró en la estancia. Cuál no sería
su asombro al descubrir todo el mundo que la estancia se hallaba
completamente vacía. En vez de encontrar en ella montones de
riquezas resguardadas de la mirada de los curiosos, lo que los
presentes vieron fue nada más que un viejo par de sandalias de cuero
y un mísero traje todo apedazado. Intrigado, el rey hizo venir a
Ayaz y le preguntó por qué guardaba tan celosamente aquellos viejos
andrajos.
Este
último le respondió con modestia:
—Fue
vestido con estas ropas viejas, como llegué a la corte y vengo a
verlas todos los días, para acordarme de todas las bondades que me
habéis dispensado desde entonces.
Moraleja:
no hay nada tan odioso, como un envidioso.
Abandonar la cólera
Cierto
día, alguien preguntó a Jesús:
—¡Oh, profeta! ¿Cuál es la cosa más terrible en este mundo?
—¡Oh, profeta! ¿Cuál es la cosa más terrible en este mundo?
Y
Jesús respondió:
—¡La cólera de Dios, pues incluso el infierno teme esta cólera!
—¡La cólera de Dios, pues incluso el infierno teme esta cólera!
Quien
había hecho la pregunta dijo entonces:
—¿Existe algún medio para evitar la cólera de Dios?
—¿Existe algún medio para evitar la cólera de Dios?
Jesús
contestó:
—¡Sí! ¡Hay que abandonar la propia cólera!
—Pues los hombres malvados son como pozos de cólera.
—Así es como se convierten en dragones salvajes.
—¡Sí! ¡Hay que abandonar la propia cólera!
—Pues los hombres malvados son como pozos de cólera.
—Así es como se convierten en dragones salvajes.
Es
imposible que este mundo ignore los atributos contrarios. Lo
importante es protegerse de las desviaciones. El orín existe, y no
podrá convertirse en agua pura sin cambiar de atributos.
Moraleja:
quien de la ira se deja vencer, se expone a perder.
El hombre que escupió a Buda
Un
hombre se acercó a Buda y sin mediar una sola palabra, le escupió a
la cara; provocando el enfurecimiento de los discípulos.
El
más cercano, llamado Ananda, que había sido un guerrero,
dirigiéndose a Buda, le requirió:
—¡Dame
permiso, para que le dé a este hombre su merecido!
Buda,
con total serenidad, se limpió el rostro y dijo a Ananda:
—No,
yo hablaré con él.
Uniendo
sus manos en señal de reverencia, Buda le habló así al hombre:
—Muchas
gracias, porque con tu actitud, he podido comprobar si podía la ira
invadirme, y no puede; te lo agradezco sinceramente.
—También
has hecho, que se llene de ira mi discípulo Ananda; ¡muchas
gracias! ¡Te estamos muy agradecidos! Y por eso queremos hacerte
esta invitación: siempre que sientas la necesidad de escupir a
alguien, por favor, piensa que puedes venir a nosotros.
El
hombre, profundamente conmocionado, no daba crédito a sus oídos; ya
que había ido a provocar la ira de Buda, fracasando en su intento.
Aquella noche no pudo conciliar el sueño y estuvo dando vueltas en
la cama; el remordimiento le perseguía sin cesar. Había escupido a
Buda y éste permaneció sereno, y con calma total, como si no
hubiera ocurrido nada. Muy temprano al día siguiente, volvió
precipitado y se postró a los pies de Buda rogando:
—Por
favor, perdóname por el agravio de ayer, me arrepiento y no puedo
dormir.
Buda
respondió:
—Yo
no puedo perdonarte, porque para ello deberías haberme enojado y eso
nunca sucedió.
—Ha
pasado un día, y ni tú eres el mismo, ni yo soy el mismo, y te
aseguro que no hay nada que perdonar.
—Si
necesitas perdón, ve ante Ananda; póstrate a sus pies y pídele que
te perdone. Él si se enojó, y seguro que quiere que le pidas
perdón.
Moraleja:
quien a otro escupe, así mismo le repercute.
El insulto
En
presencia de los discípulos y otras personas que le escuchaban, Buda
fue insultado por un adversario que lo siguió injuriando en todo
momento.
Ante
los improperios, Buda permaneció en silencio y no dejó de sonreír
al individuo, que seguía lanzando sus ofensas. Alterado por la
difamación, uno de los discípulos, le dijo a Buda:
—Maestro,
te insulta injustamente este hombre y no paras de sonreír, sin
perder la serenidad. ¿Cómo es posible que no te afecte?
Y
Buda respondió:
—Muy
fácil, cualquiera puede insultarme, pero sólo me afectará, si es
cierto lo que dice o si yo quiero recoger el insulto. Es como un
regalo envenenado, puedes cogerlo y dejar que te afecte, o no
recibirlo.
Moraleja:
consejo es de sabios, perdonar injurias y olvidar agravios.
domingo, 25 de enero de 2015
El Sabio y el escorpión
Paseaba
el Maestro junto al río, cuando observó que un escorpión se estaba
ahogando, y movido por su condición, decidió sacarlo del agua.
Apenas
lo había cogido, el alacrán le picó, y de la reacción de dolor,
el Sabio lo soltó y el animal volvió a caer al agua. El Maestro
intentó sacarlo una vez más y de nuevo el animal le clavó el
aguijón. Un discípulo que lo estaba viendo, se acercó y le
advirtió:
—Disculpe Maestro, pero es usted terco. ¿Cada vez que intente sacarlo del agua, el escorpión le va a picar?
—Disculpe Maestro, pero es usted terco. ¿Cada vez que intente sacarlo del agua, el escorpión le va a picar?
Y el Sabio le respondió:
—La naturaleza del escorpión es picar, y eso no va a cambiar la mía, que es ayudar.
Y con la protección de una hoja, el Maestro sacó el alacrán y le salvó la vida.
Moraleja:
el mal sea, para quien lo desea.
sábado, 24 de enero de 2015
El valor de las personas
Un
discípulo, que se encontraba con los ánimos muy apagados, fue a
consultar al Maestro lo que le estaba pasando.
Ante
el sabio, dijo:
―Maestro,
me siento tan poca cosa, que no tengo ganas de hacer nada. Me dicen
que no sirvo para nada, que no hago nada bien, que soy muy torpe.
¿Cómo puedo mejorar?
El
Maestro, sin mirarlo, le contestó:
―Cuánto
lo siento, no puedo ayudarte, debo resolver primero mi problema.
Pero... si quieres ayudarme, yo podría resolver mi dificultad más
rápidamente y después tal vez, te pueda echar una mano.
―Encantado,
Maestro. ―Respondió el discípulo, aunque sintiendo que otra vez
era desvalorizado y sus necesidades relegas a un segundo plano.
El
Maestro se quitó un anillo que llevaba en el dedo meñique y
dándoselo al discípulo, le ordenó:
―Ve
al mercado para vender este anillo, porque tengo que pagar una deuda;
pero no aceptes menos de una moneda de oro, y luego regresa rápido
con la moneda.
El
discípulo cogió el anillo y apenas había llegado, comenzó a
ofrecerlo a los mercaderes, que lo miraban con interés, hasta que le
decía lo que quería por él. Cuando el discípulo refería la
moneda de oro, algunos reían, otros le daban la espalda, y solo un
viejecito fue tan amable de explicarle, que una moneda de oro, era
muy valiosa a cambio del anillo.
Con
afán de hacer negocio, un comerciante le daba una moneda de plata,
pero el discípulo tenía el deber, de no aceptar menos de una moneda
de oro, y rechazó la oferta. Después de ofrecer la joya, a muchas
personas del mercado, sin resultado alguno; regresó abatido y
deseando tener él mismo la moneda de oro, para entregársela al
Maestro y liberarlo de su preocupación.
De
nuevo ante el Maestro, afligido el discípulo, le habló:
―Lo
siento Maestro, no ha sido posible conseguir la moneda de oro. Quizás
pudiera obtener una o dos monedas de plata, pero nada más; creo que
no puedo engañar a nadie, respecto al verdadero valor del anillo.
El
Maestro sonriente, contestó:
―Ve
al joyero, y dile que quiero vender el anillo, pregúntale cuánto te
da por él. Pero no importa lo que te ofrezca, no lo vendas y vuelve
aquí con el anillo.
El
discípulo fue ante el joyero, que examinó el anillo a la luz, lo
miró con lupa, lo pesó y luego le dijo:
―Dile
al Maestro, que si lo quiere vender, no puedo darle más que
cincuenta y ocho monedas de oro.
―¡Cincuenta
y ocho monedas! ―Exclamó el discípulo.
―Sí,
―replicó el joyero. ―Aunque con tiempo podríamos obtener cerca
de setenta monedas de oro.
El
discípulo corrió emocionado a casa del Maestro, para contarle lo
sucedido. Y después de escucharlo, el Maestro sentenció:
―Tú
eres como este anillo: una joya, valiosa y única. Y como tal, solo
puede valorarte un experto. Y el único que conozco es Dios. ¿Qué
haces pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor?
Y
diciendo esto, el Maestro puso el anillo en el dedo de la mano del
discípulo.
Moraleja:
la belleza exterior es la que todos ven, la belleza interior es la
que pocos encuentran.
Sigue en el libro: El Maestro de la vida
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